“El complot de los cobardes”: Un polémico texto de Elena Garro | MÁS LITERATURA

 

Elena Garro sobre estudiantes del 68


EL COMPLOT DE LOS COBARDES

LOS INTELECTUALES Y LOS ESTUDIANTES


ELENA GARRO


El 26 de julio, inesperadamente, la violencia surgió en la Ciudad de México. Grupos de enloquecidos estudiantes decidieron incendiar camiones, romper vitrinas y amenazar con la destrucción entera de la dudad.

A la misma hora, en Cuba, Fidel Castro, rodeado de periodistas norteamericanos y de los sistemas de televisión norteamericana, lanzaba su consabido discurso para glorificar su acción de la toma del Cuartel de Moneada. Pero, había un matiz que no podía dejar de pasar inadvertido: a diferencia de los años anteriores, Fidel esta vez no atacaba al imperialismo norteamericano, sino al imperialismo soviético y se unía fraternalmente con “sus hermanos checos", en plena rebelión en esos días con los soldados rusos.

Curiosamente, los estudiantes mexicanos continuaron con sus protestas y sus inexplicables actos de rebeldía. En sus manifestaciones de protesta figuran retratos del Che Guevara y carteles de insultos al Presidente de la República y a varios miembros de su gobierno, no a todos, aunque todos forman parte del mismo sistema que nos oprime. ¿Qué pedían los estudiantes? Nada. Tal vez sólo trataban de demostrar que en el caso de que la amistad cubana-norteamericana prospere, quedaríamos nosotros de relevo. Quizás sólo trataron de presionar indirectamente a los norteamericanos para favorecer a Cuba o quizás sólo eran estudiantes con vocación de destrucción, ya que sus motines parecían completamente gratuitos. ¿Gratuitos verdaderamente? Quien esto escribe, ha tenido la oportunidad de hablar "secretamente" con varios de los líderes del movimiento incendiario.

En realidad, los mismos estudiantes ignoran quién llenó los botes de basura con piedras, ladrillos y toda suerte de proyectiles, y de quiénes fueron las manos que oportunamente y al grito de: "¡Granaderos!", abandonaron las filas de la manifestación para correr despavoridos y voltear uno tras otro los botes de basura estratégicamente colocados. La violencia de la acción perfectamente sincronizada produjo lo que produce la violencia: detenidos y lesionados. Los estudiantes ya tenían un magnífico motivo de rebelión: la libertad de los presos. Pero no sólo la libertad de los presos estudiantes, sino de todos los presos políticos, la derogación del artículo 145, la abolición del cuerpo de granaderos, la destitución de los jefes de policía, etc., además de la autonomía universitaria, aunque dentro de los propios locales universitarios se hubieran refugiado elementos no universitarios. Se produjo entonces la manifestación de la UNAM, en donde curiosamente la masa estudiantil al unísono gritaba: "¡Libres, sí, Olimpiada no!" La confusión de principios y de exigencias era tal que la única conclusión posible era que al gobierno se le había puesto "un cuatro".

El dilema para el gobierno era evidente. ¿Puede en realidad el gobierno de cualquier sistema que sea, socialista o democrático, permitir los incendios callejeros impunemente? ¿Cuáles fueron los motivos que movieron a los estudiantes a declarar la anarquía de la noche a la mañana? Los slogans de los manifestantes de la UNAM eran variadísimos y era de notar que la anarquía reinaba también en las peticiones. Cada quien pedía y gritaba lo que mejor le venía en gana. Había hasta jovenzuelos de aspecto feminoide, de cabellos largos y corto entendimiento, que portaban carteles con la siguiente consigna: "Las melenas largas no matan, las ballonetas, sí".

Es evidente que en México existen problemas graves. Y es evidente que ninguno de estos problemas fueron ni remotamente anunciados por los estudiantes. Es evidente también que el descontento es mundial y que en ambos lados del mundo, tanto en el democrático como en el socialista, las manifestaciones son opuestas.

En el bloque socialista el descontento se muestra de una manera diferente: en China, después de las destrucciones provocadas por la Revolución Cultural, para distraer al pueblo del fracaso de la revolución marxista-leninista, existen una guerra civil y una represión brutal. Los testimonios nos lo dan los millares de cadáveres arrojados al Río Perla que desemboca en Macao que llegan mutilados y amarrados, como una sangrienta muestra del terror de Mao.

En Rusia, el descontento se muestra en la purga gigantesca de intelectuales ordenada por Brejnev y en el obvio debilitamiento de la política exterior de fuerza armada frente a los países satélites.

En Cuba, en la abierta acogida a los norteamericanos, que no muestra sino una franca debilidad de Castro frente a su pueblo. Debilidad producida por el descontento y que lo orilla a pactar con el sistema imperialista, que originó su propio movimiento comunista liberador en los demás países satélites de la Unión Soviética en la lucha franca para liberarse del imperio ruso que los oprime.

Frente a este desquebrajamiento del imperio soviético se encuentra el descontento existente en los países democráticos. Lo curioso son las repentinas manifestaciones de incendio y destrucción de ciudades. En una palabra, la revolución cultural efectuada en China y milagrosamente repetida en occidente. Esta repetición se diría organizada para disimular el desquebrajamiento del imperio ruso y de la ideología marxista-leninista. Los estudiantes mexicanos, especialmente los menores de edad, carecen de programa en un país en donde efectivamente son necesarias reformas urgentes. Pero las reformas no importan, lo importante es sembrar la confusión y el terror. ¿Con qué fin? La voz popular y la voz verdaderamente estudiantil no lo ocultan: fines políticos puramente nacionales referentes al próximo periodo electoral. Se trata pues no sólo de incendiar ciudades y autobuses, sino de incendiar a los posibles candidatos a la Presidencia de la República. En este caso Marcuse sirve a sus seguidores, que son los futuros intelectuales chambistas del país.

El fin de todo acto político es la toma del poder. Y el fin del poder es conservarlo. Toda política está fundada en una filosofía o ideología. La monarquía sostenida por la filosofía espiritualista y religiosa se fundó en el derecho divino. La gran burguesía arrebató el poder a la nobleza fundándose en los derechos humanos y la abolición del derecho divino. A su vez, la pequeña burguesía representada por Marx y Lenin, carente de poder económico y de poder divino, fundamentó su derecho al poder político en la intelectualidad. Y de hecho la gran revolución comunista no es sino el asalto al poder de la clase más ávida: la pequeña burguesía.

Tanto Marx como sus seguidores exigen el exterminio no sólo de los grandes burgueses, sino de sus representantes, los grandes intelectuales. Al tomar el poder los pequeños burgueses, en el nombre de los obreros, los que en realidad tomaron el poder fueron los representantes ideológicos, los pequeños intelectuales. No los verdaderos intelectuales, no los pensadores o creadores, sino los manipuladores de las ideas. De ahí las represiones brutales ejercidas contra los verdaderos intelectuales en los países socialistas, en donde sólo son exaltados y cubiertos de prebendas burguesas los profesores aburridos, repetidores de los manuales marxistas-leninistas. La cultura se ha limitado a la trinidad: Engles-MarxLenin, filósofos políticos, cuya sola meta era el poder. Como los medios y el pensamiento de esta trinidad son pobres, recomendaron el terror absoluto y lo aplicaron con sistemas policiacos inexorables encargados de mantener en el poder a periodistas, profesores y técnicos. Sin embargo, a pesar de las providencias terroristas tomadas por los pensadores de la pequeña burguesía para conservar el poder, el monolito empieza a desquebrajarse. Entonces surgen de aquí y allá, los remendones del pensamiento de la trinidad, encargados del transplante de la conciencia de clases: Altuser, transplanta la conciencia de clases a las palabras, Che Guevara a los campesinos y últimamente Marcuse encuentra que la panacea universal de la conciencia de clases debe ser transplantada a los estudiantes.

¿Quiénes son los estudiantes? Los futuros intelectuales. Luego es justo que se lancen a la defensa de los intereses creados por los actuales profesores, periodistas, locutores, pintores, escritores, etc. Y, en efecto, a través del mundo democrático se lanza a los menores de edad al incendio de ciudades y de políticos, posibles contrarios a los intereses creados de los intelectuales en el poder. Para ello se arma mundialmente El Complot de los Cobardes, ya que no son los complotistas los que salen a dar las batallas callejeras y a enfrentarse con las policías o con el Ejército en defensa de sus intereses, sino que lanzan a millares de menores de edad a luchar por sus prebendas y posiciones. Ellos, los miembros del Complot, cuando los gobiernos tratan de reestablecer el orden, un orden que ellos no han establecido todavía, y que cuando lo establecen se vuelve tan rígido como el muro de Berlín o el campo de concentración, protestan enérgicamente desde sus máquinas de escribir. Inmediatamente, estos ocultos héroes del Complot de los Cobardes, vuelan a repartir dinero, entregan slogans, armas, acarrean enormes [ ] y los arrojan al incendio para quemar a "tal o cual candidato presidenciable", y vuelven de inmediato a sus máquinas de escribir a exigir del gobierno una actitud democrática.

Pero, ¿podían explicar cuál debe ser la actitud del gobierno ante el incendio y cuáles son los fines que persiguen? En los tumultos provocados, según los rumores, existen millares de muertos e incinerados secretamente por el gobierno. También se cuentan por millares los detenidos y los heridos en las cárceles. ¿Por qué entonces los intelectuales no buscan a las familias de las centenas de asesinados y heridos para presentarlos ante la opinión pública? ¿Por qué no piden seriamente un castigo para los autores intelectuales de estas masacres? Porque los seguidores del pensamiento de Marcuse, siguen también su conducta: hace mes y medio, Marcuse, teórico del incendio y profesor en una universidad de California, recibió por teléfono una amenaza de muerte. Un día después, durante media hora, la electricidad fue cortada de su domicilio. Eso bastó para que Marcuse, el teórico de la destrucción como medio de expresión cultural, huyera precipitadamente al Middle West a esconderse en la casa de uno de sus seguidores.

El Complot de los Cobardes en México, tiene naturalmente características nacionales: no se trata simplemente de quemar ciudades y candidatos, sino de eliminar a todos aquellos demócratas e izquierdistas cuyas causas sean menos directas e inmediatas.

Uno de los objetivos principales del Complot es olvidar la Olimpiada, como demostración de fuerza. Con ello el país no ganaría absolutamente nada, en cambio las posiciones de los periodistas, los profesores, los locutores y los pintores, es decir "los descontentos", quedarían aseguradas para el beneficio del pueblo y de ellos mismos. También la violencia desatada por los organizadores del Complot podría acarrear la implantación de una dictadura, que serviría para "precipitar la tan esperada crisis del capitalismo".

Si los estudiantes se tomaran el trabajo de estudiar su caso descubrirían a quién están Sirviendo y que de estudiantes se han convertido en borregada o acarreados.

Revista de América, México, 17 de agosto de 1968, núm. 1182, pp. 20-21.


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