El oficio de poeta, por Marco Antonio Flores | MÁS LITERATURA



Por: Marco Antonio Flores

El oficio de poeta es una pasión. Una pasión es un impulso inconsciente. Ese impulso está profundamente ligado a la memoria afectiva y ésta, como dijera Elías Canetti “es propia del artista. Y sólo las dos juntas, memoria afectiva y memoria intelectual hacen posible al hombre universal”. Esta unidad se produce en un verdadero poema. ¿Qué quiero decir con esto? Que es el sentimiento, la enervación del sentimiento que no controlamos con los sentidos sino que viene de más hondo, del espíritu que arde dentro de uno, el que constituye el fundamento y el sedimento del poema, pero que solamente al ser captado y sintetizado por el intelecto, se convierte en un discurso que lleno de imágenes y metáforas, reinventa el mundo y llena de emoción y pasión a la realidad fría y discursiva.

Sin embargo, esto era totalmente ignorado por quien como yo, no tenía ningún conocimiento acerca de lo que un poema es. Solamente tenía, al comenzar el primer libro que decidí escribir, la voluntad de hacerlo. Así que no pude. Tuve entonces que retroceder en el camino y partir del principio: conocer, penetrar en el fenómeno poético y en el discurso de quienes fueron mis primeros maestros.

Volví a Barba-Jacob y sus endecasílabos, que fueron los que constituyeron mi primera influencia para acercarme al ritmo y al poema. Con esto comencé a hacer la mano; es decir, a construir y repetir y volver a hacer una estrofa de la que no pasaba hasta que estaba medianamente satisfecho. Y me transformé en un investigador, en un incursionador de estantes de librerías en los que estaban apilados todos los poetas de diversas partes del mundo. Comencé por Pablo Neruda y Pedro Salinas; seguí con León Felipe y Antonio Machado; luego Miguel Hernández; después Oliverio Girondo, Raúl González Tuñón, Jorge Enrique Adoum. Del primero al último de que me había adscrito políticamente; es decir, a la de la izquierda entonces en mi definitiva influencia, en la voz poética que iba a formarme; hasta que en una ocasión, un amigo de pubertad, judío, que había viajado a hacer algunos estudios en Perú, volvió con un regalo para mí. Cuando lo tomé y vi la portada del libro decía: “Poemas humanos”. Su autor: César Vallejo.

La primera lectura me desconcertó, no me dijo nada: dejé pasar un tiempo. Pero en la segunda ocasión que me atrevía a adentrarme en aquel mundo poético, fui deslumbrado, atrapado en una palabra avasalladora que veía claramente de un lenguaje automático que rompía con la lógica del discurso de toda la anterior poesía. Era como si un surrealismo (que no lo era) se consolidara en un manejo del idioma español fuera de lo común y se convirtiera en un río de metáforas, de imágenes, con una estructura única; y aquello cargado de una emoción totalmente distinta y profunda a todo lo que yo había leído hasta ese momento.

Entonces comprendí que Vallejo era mi primer gran maestro y ése es el camino que yo estaba dispuesto a transitar. El primer poema que publiqué en mi vida estaba signado por esa determinante influencia, se titulaba: “Hablando con Vallejo a su manera”. Yo tenía veintiún años.

Finalmente el oficio había llegado para quedarse. Intuitivamente había comenzado a comprender lo que tendría que hacer. Buceé en la escritura automática y encontré mis honduras sin proponérmelo, me sumergí en mi experiencia emotiva y afectiva sin intentar racionalizarlas. Los poemas comenzaron a fluir sin contar con mi voluntad. Esos estados de semisueño que me atrapaban en cualquier instante, en cualquier lugar y en cualquier tiempo de mi vida. (Cosa que sigue sucediendo, porque no está en mi voluntad iniciar el surco de un libro sino que llega en el tiempo y lugar que menos espero: no preparo ni me preparo para escribir un libro, sino que alguien que también soy yo viene preparando el discurso en la oscuridad de mi inconsciente. Alguien que también soy yo pero que no conozco, y al que llego a través de ese oficio que fue penetrando en mí hasta convertirse en el humus de mi trabajo literario).

Mis libros se fueron armando lenta y trabajosamente. La lógica, la moral, el gusto, no tuvieron nada que ver con mi consciente. El oficio se había alojado en mí y me hizo poeta.

“El oficio de poeta” se encuentra en el libro Poesía completa, de Marco Antonio Flores.

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