Historia de O, una oda al deseo y al temor | MÁS LITERATURA

 

Historia de O Pauline Réage


Por: Karla Portela Ramírez

En la quinta y última parte de la novela Sumisión (Michel Houellebecq, 2015) se menciona la casa en que Dominique Aubry escribió Historia de O, con el pseudónimo Pauline Réage y a manera de reto para conquistar más a su amante, el escritor francés Jean Paulhan. Algunas veces una lectura conduce a otra, así al terminar de leer Sumisión me embarqué en la Historia de O, novela reconocida como un clásico en la narración erótica del siglo XX, incluso aclamada como la gran novela del BDSM (Bondage; Disciplina-Dominación; Sumisión-Sadismo; y, Masoquismo) debido a que mostró una opción más dentro de la sexualidad: la entrega total, absoluta y consensuada, plenamente consciente en las partes involucradas. Desde esta perspectiva Historia de O narra la asunción voluntaria de la esclavitud por amor, y al hacerlo describe escenas sexuales bellas y excitantes, más cuando su lectura es en voz alta y para alguien con quien se comparte la intimidad del cuerpo y el deseo. A diferencia de lo que sucede cuando se lee en silencio y para sí, porque en estas circunstancias uno acompaña a O en su diálogo interior y lo que emana no es el placer sino el cuestionamiento: ¿me ama?, ¿todavía me desea?, ¿qué precio estoy dispuesta a pagar por su amor? Si es necesario, incluso el suplicio, responde con firmeza O.


Más allá de una novela erótica, ¿qué es la Historia de O? El propio destinatario de la misma, Jean Paulhan, la prologa y plantea tres posibilidades: es el esbozo de una apología de la esclavitud; más que un diario íntimo es una carta, pero ¿dirigida a quién, para convencer a quién?; o bien, es una confesión que ninguna fémina ha osado antes pronunciar, la mujer siempre obedece a su sangre, en ellas todo es sexo, incluso su espíritu, por lo que necesitan un buen amo. Lo cierto es que el tema de la decencia no halla espacio aquí, tampoco se trata de una cuestión sobre el masoquismo; Historia de O es una reflexión en torno al deseo, el temor, la libertad y particularmente el amor que consiste en depender y no sólo para el placer, sino para la existencia misma, las ganas mismas de existir. Partiendo de la premisa de que el mayor deseo de la mujer es ser deseada y amada por quien le desea –de donde se desprende que el mayor temor es no ser deseada y amada, lo cual se agrava porque aun siendo propiedad de un otro ese temor no desaparece– Historia de O transcurre en cuatro momentos o etapas de un mismo proceso: la estadía de O en el castillo; la transformación de su vida al salir de ahí; su relación con otras mujeres; y, la culminación de su metamorfosis.


Sin necesidad de saber hacia dónde se dirigen, obediente y sumisa O sigue todas las indicaciones de René, su amante. Despojada de su sostén, el liguero y las bragas que hasta hace unos momentos usaba, con los senos libres y desnudos, tanto como las caderas y el vientre, solamente cubierta por una blusa de seda y un traje de chaqueta con falda plisada, enrolladas las medias hasta las rodillas y sujetas por unas apretadas ligas, caminando con zapatos de tacón alto O llama a la puerta de una mansión ubicada en una hermosa avenida. Le esperan, abren la puerta y entra sola, sin René, porque al fin y al cabo “No eres más que la muchacha que yo entrego”, son las últimas palabras que O escucha en voz de él, por ahora, a su debido momento se reencontraran en el interior del castillo. Ahí, O aprenderá que su única obligación es entregarse y no únicamente a René, sino también a quien él diga, aprenderá a estar accesible de modo constante e inmediato, la forma, los métodos con que será enseñada le provocarán dolor y placer por igual. Encadenada, marcada por los azotes, siempre dispuesta, abierta, René la entregaba a otros hombres como prueba de que le pertenecía, “nadie puede dar lo que no le pertenece”, y esto satisfacía, complacía a O porque su mayor dicha consistía en saberse de él.


Asumida la lección, el amor es entrega, renuncia absoluta de sí, obediencia total e incondicional, aunque sobre todo consciente, voluntaria, O deja el castillo y regresa a su casa, a su trabajo y sus actividades ordinarias. Sin embargo, lo vivido en el castillo no ha quedado atrás, por lo contrario ahora es su vida cotidiana: nunca usa bragas y cuando se sienta acomoda su falda o vestido de manera tal que su piel desnuda toque directamente la superficie fría o cálida, suave o áspera en que se sienta; lleva siempre medias que cubren hasta la altura de sus rodillas, también usa un corsé cada vez más apretado que paulatinamente realza el volumen de sus senos y caderas; siempre está aseada; tiene prohibido cruzar las piernas, la mayor parte del tiempo las mantiene entreabiertas, listas y dispuestas igual que todo su cuerpo para recibir las manos u otras partes del cuerpo de Sir Stephen, incluso objetos, en alguno o en todos sus orificios, basta que su amo envíe un coche para buscarla para que ella acuda a su llamado. Sí, O aprendió bien la lección, por qué entonces René se aleja de ella cada vez más, especialmente por qué no se va, se libera O de este modo de vida si su amado parece ya no amarla ni desearla. 


Allá, en la mansión, estaba atada por cadenas –la satisfacción de René al entregarla y su propia satisfacción al saberse propiedad de él–; aquí, en su casa, ¿qué le ata?, ¿un voto, una promesa?, ¿la promesa de compartir lo que más se ama? Estas preguntas rondan en la mente de O debido a que René ya no la entrega para el placer y la lujuria de distintos hombres cada vez, ahora la comparte como objeto de deferencia por su hermano, Sir Stephen; por respeto y cortesía René termina por entregar totalmente a O a un solo hombre y posa ahora su mirada e interés en Jacqueline, compañera de trabajo y de departamento con O, quien sabe muy bien jugar sus cartas para mantener y aumentar el deseo que despierta no sólo en René, sino en O también. Situación en que antes de sentir enojo o rencor hacia René, O se lamenta por el abandono de él, se siente culpable, teme no haber satisfecho el deseo y el amor de él. Pronto este lamento y culpa se desvanecen, el vínculo que se entreteje entre O y Sir Stephen supera en intensidad y exigencia las antiguas demandas de René; además y principalmente, el nuevo amo de O con mirada aguda y penetrante, casi lacerante ha descubierto en O algo que René ni siquiera imaginó alguna vez. 


“Te gustan todos los hombres que te desean, entregarte es una coartada para justificar tu facilidad”, arremete Sir Stephen y O asiente. Sí, es verdad, a toda mujer le gusta gustar, el más grande y profundo deseo en el alma de cada mujer es saberse deseada, apetecida por otros cuyo género, edad y ocupación no importan. Lo sustancial es el deseo, incitar al otro para ser deseada, amada, poseída. Ésa es la falta de O, su facilidad, que redime con azotes y prostitución, vejaciones, ultraje y dolor; su facilidad que oculta bajo el manto de una dinámica bestial, recibir órdenes y obedecer.  En esta nueva vida, si algo le trastornaba era la desposesión de sí misma en que se hallaba en tanto que ya no había un lugar al que se trasladara para sufrirse como propiedad de otro, la clandestinidad en saberse propiedad había desparecido, ahora la realidad de la noche y la realidad del día eran la misma, su vida cotidiana estaba totalmente invadida, a partir de entonces O vivía para complacer, obedecer y saciar las órdenes, los deseos de Sir Stephen. Paradójicamente en la radical desposesión de sí radicaba su mayor dicha, porque ser libre es no tener un amo, significa no ser deseada ni amada, y esto le parecía peor que cualquier cadena.


Obedecer a un amo es muy distinto que obedecer como desconocida o como criada, cuando una se sabe de otro, se obedece incluso agradecida por las órdenes que se reciben; tener un amo, ser su esclava es motivo de orgullo porque es un juego de amor y deseo voluntario. Nada le ha sido infligido a O por la fuerza, ella lo ha consentido todo y en cualquier momento puede negarse. “En su esclavitud no la retenía nada más que su amor y su propia esclavitud. ¿Quién le impedía marcharse?” Nadie, por lo contrario O ha llevado consigo, por órdenes de Sir Stephen, a Jacqueline y ésta a su hermana adolescente Natalie. Salvo por la presencia de su nuevo amo, el mundo de O es exclusivamente femenino, vive prácticamente enclaustrada en compañía de Jacqueline y Natalie, no obstante su condición de mujer no pierde un ápice de importancia, antes bien queda realzada y agudizada, ante los ojos de Jacqueline con horror y desprecio, la condición de esclava de O le parece delirante; a la vez, en la mirada de Natalie la historia de O es admirable, digna de encomio y respeto. Simultáneamente Jacqueline rechaza a O y Natalie le acepta, incluso le toma como ejemplo a seguir, O advierte a su admiradora adolescente que no sabe lo que dice, que aún es muy pequeña; con relación a Jacqueline O comienza a sentir enojo, ira y odio crecientes no porque ella es ahora el objeto de deseo y amor de René, sino porque carece de voluntad de abandonarse, porque no se entrega y en realidad sólo piensa en ella. 


Entre las tres mujeres se teje una dinámica compleja de amor y odio; O tiene razón, Jacqueline sólo piensa en ella, igual que O desea ser deseada, disfruta de recibir atenciones y hasta amor, aunque a diferencia de O no teme no ser deseada, dejar de ser amada, Jaqueline no necesita un amo, ella es dueña de sí, es una mujer exenta de temor, una mujer libre, quizá a esto se deba el odio que O siente por Jaqueline. No importa, O se ha desprendido de tan vanas elucubraciones, ha descubierto que la sexualidad no es sólo cuerpo y coito, sino la forma en que nos relacionarnos para obtener gratificación y satisfacción; junto a esto ha develado que el placer puede ser anónimo e impersonal, y la persona que lo provoca, tan sólo un instrumento. Así, O exige caricias sin preocuparse de lo que sienta quien le acaricia y se entrega con insolente libertad, su metamorfosis ha culminado, O ha trascendido su condición de mujer ordinaria que es deseada, ama y es amada, ahora es una sabia lechuza, templada y contemplada en su exquisitez; con la intervención de sus amos, primero René y después Sir Stephen, O ha trascendido su condición de mujer, ahora es una diosa.



Historia de O

Pauline Réage

Tusquets Editores

Fecha de publicación, 1954

6.ª reimpresión en México 2019


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