“Las locas y la Inquisición”: Un ensayo de Salvador Novo | MÁS LITERATURA

 

Salvador Novo Locura


LAS LOCAS Y LA INQUISICIÓN

SALVADOR NOVO

 

Hubo siempre locas en México. Entre los oficios y dignidades que sus enterados informantes explicaron ante Sahagún, y que el sapientísimo franciscano expone en el Libro X de su Historia, aparecen los «sométicos», y de ellos se dice que «el somético paciente es abominable, nefando y detestable, digno de que hagan burla y se rían las gentes, y el hedor y fealdad de su pecado nefando (es acaso aquí donde aparece por primera vez esta muletilla o frase hecha del “pecado nefando”, que tanto habrá de repetirse —el pecado y su definición o calificación de nefando— a lo largo del virreinato: cada vez que en los documentos se menciona su incidencia, y su castigo) no se puede sufrir, por el asco que da a los hombres; en todo se muestra mujeril o afeminado, en el andar o en el hablar, por todo lo cual merece ser quemado». Parece ocioso recordar que el nombre de «sodomitas» (que los españoles esdrujulizaron «sométicos») es patronímico de los habitantes de la bíblica ciudad pecaminosa de Sodoma, gemela de aquella Gomorra en que las ciudadanas del bello sexo emulaban a los varones del otro bando con dedicarse al aplauso. Sí cabe señalar que desde aquella lejana fecha, el fuego llovió como castigo celestial sobre los ardorosos sodomitas que habían hallado irresistiblemente tirables a los purísimos ángeles destacados, como inspectores de reglamentos, a calibrar la incidencia local del pecado nefando.

Nezahualcóyotl, por su severa, morigerada, tezcocana parte, incluye (según su descendiente el historiador don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl) como la decimotercera de sus Ordenanzas una que manda «Que si se averiguase ser algún somético, muriese por ello». No es cosa de cavilar si Neza condenaba a muerte al paciente, o al indiscreto averiguador, pero sí de señalar que el poeta no precisaba la clase de muerte deparada a la loca averiguada. Podría, como en el caso de la adúltera, morir a pedradas; aunque también —como los políticos de nuestro tiempo— quemado.

Pero, de creer a Torquemada (Monarquía Indiana, Libro II, cap. LIII), Neza era más sádico de cuanto lo protege su descendiente cuando se trataba de moralizar a Tezcoco con desmoralizar o atemorizar a las locas: distinguía entre ellas y sus mayates, y les asignaba diversos castigos: al «Paciente» le sacaban los intestinos por aquel conducto que solía servirle de sexo; lo enterraban luego en ceniza, y los muchachos del lugar se divertían en echar leña seca para que pudiera mejor arder con todo y loca destripada. Al mayate o agente, simplemente lo enterraban en ceniza hasta que exhalara el último aliento o Ohuaya, que es como según los filólogos, decían, ¡ay!, los nahuas.

Entre los delatores de las locas prehispánicas citemos por último al Conquistador Anónimo, cuya Crónica (en italiano) concluye exactamente con esta frase: «Sono come si é detto, per la maggior parte sodomiti… e buono smisuratamente…» Con lo que encima de generalizar locas a los mexicas, los tilda de borrachos.

Vueltos a Sahagún, encontramos en la Hermafrodita a «la mujer que tiene dos sexos; la que tiene natura de hombre y natura de mujer, la cual se llama hermafrodita, es mujer monstruosa, la cual tiene supinos y tiene muchas amigas y criadas, y tiene gentil cuerpo como de hombre, anda y habla como varón y es vellosa; usa de entrambas naturas; suele ser enemiga de los hombres, porque usa del sexo masculino».

En la famosa Noche Triste, al perseguir a los españoles, los mexicas les gritaban CUILONI, CUILONI. A esta distancia, es imposible saber si les sabían algo o se los decían al tiro; pero consultados los más fehacientes Vocabularios, hallamos que cuiloni quiere decir puto, o «somético», si la verdad, aunque no peque, incomoda. Sin embargo, en dos ocasiones, capítulos CXXVIII y CCVIII de su Historia Verdadera, Bernal Díaz del Castillo, que ingenuamente nos ha referido lo de los cuiloni, se ensaña con los indios y delata y denigra sus costumbres: CXXVIII: «… sólo una (de tantas suciedades) quiero aquí poner, que la hallamos en la provincia de Pánuco; que se embudaban por el sieso con unos cañutos, y se henchían los vientres de vino de lo que entre ellos se hacía, como cuando entre nosotros se echa una medicina (lavativa, enema), torpedad jamás oída». Faltaba ciertamente tiempo para que el refinado señor Des Esseintes, en la novela «Al Revés» de cierto olvidado Huysmans, hiciera más que menos lo que el incivilizado capitán español reprochó a los de Pánuco.

Pero en su capítulo CCVIII nos documenta mejor, aunque con no menor pudibunda indignación: «y además de esto (toda una serie de defectos), eran todos los de más de ellos sométicos, en especial los que vivían en las costas y tierra caliente; en tanta manera, que andaban vestidos en hábito de mujeres muchachos a ganar en aquel diabólico y abominable oficio…» Costas y tierra caliente. He aquí pues el antiguo pedigree de los carnavales en Veracruz, y de los atractivos turísticos de Acapulco.

El Santo Tribunal de la Inquisición no tardó en unirse a las agencias redentoras de las almas indígenas que eran los encomenderos y los frailes. Los padres dominicos no tenían sino que cruzar la calle para ir a servir, en la Casa Chata, a la pureza de la fe y a la rectitud de las costumbres. Nada como el fuego purifica; y el santo tribunal disponía de hasta dos hermosos quemaderos: uno al costado poniente de la entonces pequeña Alameda, y otro en San Lázaro. La diversificación indicaba especialidades: en la Alameda, se asaban alumbrados, judíos rebeldes a la conversión y otros heterodoxos. En San Lázaro, se rostizaban sométicos. No fue sino hasta fines del siglo XVIII cuando el malhumorado virrey Marqués de Croix consideró que bastaba con el quemadero de San Lázaro, y suprimió así, ampliándola para que mejor pasearan por ella quienes le darían fama, la Alameda.

Yerba mala, dicho sea con perdón, nunca muere. Sufre estoica persecución por justicia: pero persiste, perdura, renace. Se necesitará que pasados los siglos, los sicoanalistas prediquen que «eso» no es malo, sino una etapa natural narciso-sadomasoquista- con-complejo-de-Edipo; y que el frío Kinsey Report On the Sexual Behaviour of the Human Male demuestre por A más B que no hay supermacho que alguna vez no haya probado a ver qué se siente, para que los sométicos disfruten más o menos en paz y a cubierto de más hogueras que los chantajes. Ahora que, por lo demás, los signos externos se han hermafrodizado al extremo de no saber nadie con quién pierde.

Pero en el siglo XVII tiene que haber sido del cocol la movida, la onda o como se le quiera o deba llamar, con la Inquisición por mayor amenaza que hoy el charolazo del seudoagente. Y sin embargo, o para expresarlo con mayor dramática elegancia: eppur si muove. El martes 6 de noviembre de 1658, a las once horas del día, «sacaron de la real cárcel de esta corte a quince hombres, los catorce para que muriesen quemados, y el uno, por ser muchacho, le dieron doscientos azotes y (fue) vendido a un mortero por seis años; todos por haber cometido unos con otros el pecado de Sodomía, muchos años había, así residiendo en esta ciudad donde tenían casas con todo aliño donde recibían y se llamaban por los nombres que usan en esta ciudad las mujeres públicas, así de rengue como de aire: como estando en la ciudad de la Puebla de los Ángeles. Fue el principal actor de este pecado un mulato que andaba en traje de indio, llamado COTITA DE LA ENCARNACIÓN, que era el más aseado y limpio, y gran labrandero y curioso; y este, desde edad de siete años se dio a este vicio, y su aspecto al presente era de más de cuarenta años; y ajusticiaron entre ellos a un fulano Correa, mestizo, que hacía cuarenta y siete años que lo usaba y a un español llamado… (en blanco el nombre) natural de esta ciudad. Era el padre de todos, y a quien ellos llamaban señora la grande, y servía de escudero; avisando un día a unos y otro a otros para que se apercibiesen de recibir la visita, y era el que los concertaba, y después de la merienda los ponía en los puestos unos con los otros para ejecutar este pecado con toda liviandad. Y él usaba en todas ocasiones, tiempos y lugares…»

«Señora la Grande» era incorregible. Ya antes, el Santo Oficio lo había castigado con 200 azotes por testigo falso; pero la compasiva virreina de Alburquerque, condolida de los ochenta años de este anciano, logró que lo destinasen a enfermero del Hospital del Amor de Dios; y ahí siguió «ejercitándose en este pecado». Cotita resultó llamarse Juan Galindo de la Vega; y él y los demás mocetones indios y mulatos, denunciaron a más de cien personas de su clientela, de aquí y de la Puebla de los Ángeles. «Además de su confesión, los vieron los cirujanos y los hallaron sucios, lacrientos, asquerosos y hediondos. Lleváronlos por la calle del Reloj (hoy Argentina) y volvieron por las casas de la Marquesa de Villamayor, y fueron vía recta hasta la albarrada de San Lázaro, y en el brasero se empezó a dar garrote al dicho Cotita y acabaron con todos a las ocho de la noche… que les pegaron fuego; duró el fuego toda la noche; asistió la justicia y comisarios de los barrios, y se despobló la ciudad, arrabales y pueblos de fuera de ella para ver esta justicia.»


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