La poesía se encuentra en la música de las palabras, por Girolamo Fracostoro | MÁS LITERATURA

 


El poeta comenzó primero a modular las palabras, a elegir las musicales y descartar o esconder lo más posible las no musicales, a amar las metáforas y las voces propias, a estar atento a las que poseen un buen sonido, a las que suenan ligeramente y, en suma, a todas sus otras formas de belleza. Después toma en consideración los pies y los ritmos, compone los versos y ve qué cosa corresponde cada idea. Mirando las cosas, elige cuanto le es posible las más bellas y grandes y les asigna formas bellas y admirables; si éstas faltan las construye mediante metáforas y digresiones y las busca mediante similitudes. Y no traslada ninguna de las cosas que confieren excelencia a un discurso, las concatenaciones de las palabras, las figuras y los demás ornamentos que en nuestro tiempo ya no se hallan. Después de haber reunido la belleza de las palabras y la belleza de las cosas y de haber hablado por medio de ella, siente surgir una armonía casi divina, admirable, sin comparación con ninguna otra: se siente entonces en cierto modo como raptado fuera de sí, siente que no se puede contener y que está fuera de sí como suele suceder en los misterios sacros de Baco y de Cibeles, donde resuena la flauta llorosa, donde retumban los tímpanos. De aquí viene, amigos, aquel furor platónico del que se habla en Ión, furor del que Sócrates dice está inspirado por el cielo. Pero no es un dios la causa de este furor, sino la música misma, llena de un exultante éxtasis que trastorna el ánimo empujado por el ritmo, excitado por un capricho indomable, que ya no está en sí y consigue el mismo efecto que los místicos en el momento de la visión.

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