El animal moribundo, una reflexión sobre sexo, culpa, poder y muerte, por Philip Roth



Por: Karla Portela Ramírez


Te (…) amo. Te (reconozco como mi) amo. ¿Quieres que sea tu esclava?
Si él asiente, ella será su dueña, ¿para siempre?

 

Debajo de las sábanas, envueltos en ellas e incluso de pie sin más apoyo que el contrapeso de sus cuerpos  los amantes dibujan figuras, figuras geométricas, adoptan posturas e incluso realizan algunas acrobacias, es el sexo el punto nodal en que convergen el miedo a la muerte y el ansia de vida, pero sobre todo el placer de dominar y ser dominado, el placer de someter y ser sometido; así lo hacen sentir David y Consuelo. Él es un hombre que ha vivido poco más de seis décadas, lo cual es importante porque le hace testigo de la revolución sexual y partícipe de sus efectos: antes, como hombre, relata David Kepesh a un interlocutor misterioso, robabas sexo, engatusabas, rogabas, halagabas, insistías, de una u otra forma luchabas por cada relación sexual contra los valores y contra la voluntad de la chica en cuestión, al acto de copular precedía un ritual de asedio psicológico, ahora, con la revolución sexual, la democratización del derecho al placer, la liberación de la mujer, ellas inician su vida sexual alrededor de los catorce años y llegadas a los veinte algunas sienten curiosidad por hacerlo con un hombre mayor, que bien podría ser su padre; quizá se trate de un reto consigo mismas por el vencer el temor y la repulsión iniciales al enfrentarse con la yuxtaposición. Pero este no parece ser el caso de Consuelo Castillo, alumna de David en la universidad, en un Seminario de Escritura Crítica al que asisten más estudiantes del género femenino que hombres probablemente porque el profesor posee un encanto intelectual, además de que su participación en un programa televisivo cultural le ha convertido en una celebridad local. Consuelo es una mujer de veinticuatro años, pertenece a una familia rica exiliada de Cuba al comenzar la revolución, fue educada en forma tradicional por lo que siente apego por la familia y la religiosidad, a la vez que considera al trabajo duro y a la educación como prioridad, especialmente le maravilla la cultura. Sin embargo lo principal en ella, aquello en que radica su poder es su atractivo físico, posee un cuerpo grande y hermoso, describe David, quien continuamente menciona los senos carnosos de Consuelo, pechos poderosos y bellos cuya reiterada presencia a través del relato podría deberse a la referencia simbólica del seno materno, tal vez las tetas perfectas de Consuelo son para David la memoria de un consuelo.

La trama se ha tejido, el poder de ella es voluptuoso, sensual, el poder de él es intelectual, la debilidad de ella es su interés por la cultura y él se reconoce indefenso ante la belleza femenina. Existe una mutua atracción basada en la posibilidad de acceder a lo que otra forma sería inasequible, al unirse, al compenetrarse David accede de nuevo a la juventud y su belleza, mientras Consuelo logra entrar a una clase de vida que admira y que de otro modo le estaría vedada; esto es el poder, se trata del dominio como entrelazamiento. Un poder, un dominio que es dialéctico porque acceder no sólo significa entrar u obtener, también es consentir y ceder, someter implica ser sometido y al revés, somos amos y esclavos a la vez. David lo explica así, en el sexo no hay igualdad sexual, ninguna de las asignaciones son iguales entre sí, es el caos de Eros, la desestabilización radical que es la excitación, la imbecilidad de la lujuria y el deseo que sumerge en los parámetros de la irracionalidad; el sexo es un intercambio de dominio y docilidad y nadie está por encima del sexo.

En el sexo como experiencia estética se obtiene simultáneamente el placer de la sumisión y del dominio, pero cuando este sexo magnífico es personalizado, sentimentalizado, cuando los amantes se enamoran al placer acompaña el sufrimiento porque el amor te fractura, cuando te enamoras un cuerpo extraño se introduce en tu totalidad y sólo cuando logras expelerlo vuelves a estar completo, de manera que surgen dos opciones ante el amor, te libras de él o lo incorporas mediante la distorsión de ti mismo y eso enloquece. Este es el discurrir de la novela, de la vida actual de David, ¿se ha enamorado, y ella?, ¿su obsesión por ella se debe al temor de perderla? ¿Ella lo dejará, y si lo hace, volverá por amor o por la necesidad de reencontrar en el sexo la reafirmación de su poder, que no es sino la reafirmación de sí?

Lo cierto es que a través de esta campus novel Philip Roth además del sentimiento de culpa ligado al adulterio y que analiza al abordar la relación de David con su hijo Kenny, desarrolla entretejidos dos temas fundamentales en la vida de hombres y mujeres, en sus encuentros sexuales, el juego dialéctico amo-esclavo, que inmediatamente trae a la mente la filosofía de Hegel, y el miedo a la muerte, la defensa de la vida, lo cual remite a una de las ideas centrales en el pensamiento filosófico de Heidegger, somos seres-para-la-muerte, la muerte es nuestro camino y fin, paradójicamente la muerte se nos muestra como la más grande incertidumbre, cualquiera puede morir en cualquier momento. La vida es una ruleta rusa y todo puede cambiar de un momento a otro, no obstante, aún en la confrontación con esta realidad David y Consuelo tienen el poder de elegir entre asunción o evasión. El juego bajo las sábanas saldrá del escenario de la cama para extenderse a lo largo de los años, en presencia, incluso en ausencia física del otro jugamos a ser dominantes y dominados, ¿los roles tarde o temprano siempre se invierten? En el pecho de Consuelo está la respuesta para David, el final de esta novela es exquisito, nos lleva a comprender por qué en un momento dado todos somos El animal moribundo.  

El animal moribundo

Philip Roth

Penguin Random House  

Primera edición en México, abril 2019



Artículo Anterior Artículo Siguiente