La triste historia de “Nanas de la cebolla”, del poeta Miguel Hernández | MÁS LITERATURA

 


Para algunos especialistas, el poeta español Miguel Hernández, pertenece a la Generación del 27, y para otros a la Generación del 36. Aunque estas son puras etiquetas académicas que ayudan a los investigadores a desarrollar papers, estos momentos históricos nos permiten hablar de un hombre que luchó por sus ideales durante la Guerra Civil española.

Por su apoyo a los republicanos, Miguel Hernández fue encarcelado por el gobierno franquista, dejándolo morir de tuberculosis. Sin embargo, antes de que al poeta español le arrebataran la vida, recibió una carta de su amada esposa Josefina Manresa. En el texto le contaba que ella sólo tenía pan y cebolla para alimentarse.

Este mensaje entristeció profundamente a Hernández y, en consecuencia, decidió escribir a su hijo “Nanas de la cebolla”. Además, escribió una carta desoladora para su esposa, contándole que lo único que le podía ofrecer desde la cárcel era su apoyo a través de la poesía:

“Esta semana, como las anteriores, llega martes y no ha llegado tu carta. También empiezo a escribir ésta para que me dé tiempo a echarla después, cuando el correo me traiga la tuya, que no creo que falte hoy. Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros o desesperarme”.

Carta de Miguel Hernández desde la cárcel de Torrijos a su esposa Josefina Manresa (Madrid, 12 de septiembre de 1939).

En 1973, Joan Manuel Serrat decidió musicalizar los poemas de Miguel Hernández, titulando al disco con el nombre del poeta.

Para recordar la vida del poeta, compartimos el poema “Nanas de la cebolla”, de Miguel Hernández.


Nanas de la cebolla

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

Artículo Anterior Artículo Siguiente