Rosario Castellanos: “Poesía no eres tú” y otros versos | MÁS LITERATURA

 

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Rosario Castellanos (1925-1974) fue una escritora que vivió la literatura plenamente. Escribió ensayo, poesía, novela, cuento y teatro. Por más de 20 años dedicó su tiempo y su esfuerzo al arte, creando una obra extensa en la que muestra su amor a la vida, sus padecimientos del desamor y su profunda soledad.

Antes de ganar múltiples premios literarios y ser reconocida como una intelectual a nivel internacional, Rosario Castellanos tuvo que enfrentarse a situaciones adversas, principalmente, la muerte de su hermano y el fallecimiento de sus padres.

A los 23 años, Rosario era una mujer huérfana, sin hermano, con recursos financieros limitados, pero con muchas ganas de estudiar y salir adelante.

Por tal motivo, emigró de Chiapas para establecerse en la Ciudad de México. En dicho lugar estudió filosofía en la UNAM, haciéndose amiga de Jaime Sabines, Augusto Monterroso y Ernesto Cardenal. Posteriormente, gracias a una beca que fue otorgada por el Instituto de Cultura Hispánica, estudió estética en la Universidad de Madrid.

Debido a su gran capacidad intelectual, Rosario Castellanos fue profesora de las mejores universidades de México y Estados Unidos. Asimismo, escribió en Excélsior y fue promotora del Instituto Nacional Indigenista.

Se casó con Ricardo Guerra Tejada. Sin embargo, se separó de él después de abortar en diversas ocasiones y, también, por descubrir las infidelidades de su esposo.

Estas situaciones la hicieron reflexionar profundamente sobre el papel de la mujer en la sociedad, plasmando en su poesía una gran parte de sus pensamientos. Por ejemplo, en su poema “Entrevista de prensa”, Rosario Castellanos explica que su escritura se encuentra comprometida en visibilizar a la mujer dentro de la sociedad, porque no se les reconocía su esfuerzo en las actividades artísticas e intelectuales.

Su vocación de escritora la impulsó a trabajar como embajadora de México en Israel. Sin embargo, esto no duró mucho, porque una descarga eléctrica que ocurrió en su casa, le quitó la vida. Falleciendo el 7 de agosto de 1974.

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Entrevista de prensa

Pregunta el reportero, con la sagacidad
que le da la destreza de su oficio:
—¿por qué y para qué escribe?

—Pero, señor, es obvio. Porque alguien
(cuando yo era pequeña)
dijo que la gente como yo, no existe.
Porque su cuerpo no proyecta sombra,
porque no arroja peso en la balanza,
porque su nombre es de los que se olvidan.
Y entonces....Pero no, no es tan sencillo.

Escribo porque yo, un día, adolescente,
me incliné ante un espejo y no había nadie.
¿se da cuenta?. El vacío. Y junto a mí los
otros chorreaban importancia.

No, no es envidia. Era algo más grave. Era otra cosa.
¿Comprende usted? Las únicas pasiones
lícitas a esa edad son metafísicas.
No me malinterprete.

Y luego, ya madura, descubrí
que la palabra tiene una virtud:
si es exacta es letal
como lo es un guante envenenado.

¿Quiere pasar a ver mi mausoleo?
¿Le gusta este cadáver? Pero si es nada más
una amistad inocua.
Y ésta una simpatía que no cuajó y aquél
no es más que un feto. Un feto.

No me pregunte más. ¿Su clasificación?
En la tarjeta dice amor, felicidad
lo que sea. No importa.

Nunca fue viable. Un feto es un frasco de alcohol.
Es decir un poema
del libro del que usted hará el elogio.

 

Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras...

Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.

Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado

 

El otro

¿Por qué decir nombres de dioses, astros
espumas de un océano invisible,
polen de los jardines más remotos?
Si nos duele la vida, si cada día llega
desgarrando la entraña, si cada noche cae
convulsa, asesinada.
Si nos duele el dolor en alguien, en un hombre
al que no conocemos, pero está
presente a todas horas y es la víctima
y el enemigo y el amor y todo
lo que nos falta para ser enteros.
Nunca digas que es tuya la tiniebla,
no te bebas de un sorbo la alegría.
Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro.
Lo que él respira es lo que a ti te asfixia,
lo que come es tu hambre.
Muere con la mitad más pura de tu muerte.

 

Poesía no eres tú

Porque si tú existieras
tendría que existir yo también. Y eso es mentira.

Nada hay más que nosotros: la pareja,
los sexos conciliados en un hijo,
las dos cabezas juntas, pero no contemplándose
(para no convertir a nadie en un espejo)
sino mirando frente a sí, hacia el otro.

El otro: mediador, juez, equilibrio
entre opuestos, testigo,
nudo en el que se anuda lo que se había roto.

El otro, la mudez que pide voz
al que tiene la voz
y reclama el oído del que escucha.

El otro. Con el otro
la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan.

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